Parece que de un tiempo a esta parte las ideas han perdido toda su valía. No dejo de encontrarme con artículos, reflexiones y hasta enfáticas afirmaciones de supuestos grandes expertos -algunos realmente lo son- desterrando la idea a un valor residual frente a su ejecución, el equipo que la hace posible, las circunstancias… No voy a discutir la trascendental importancia de todo ello; de la ejecución, del equipo y de las circunstancias. Por supuesto que la tienen, y en muchos casos al menos al mismo nivel que la propia idea.
Si, me he expresado bien, he puesto la idea al menos a la misma altura que el equipo y que todo los demás. Pero es que la tiene. Y la tiene porque
la idea es el origen de todo.
Hablando de empresas, proyectos, inventos o creaciones, es indiscutible que una idea sin alguien que la transforme en una realidad, no es nada. Igual de indiscutible que esa misma realidad en forma de empresa, proyecto, invento o creación no existirían sin que antes hubiese una idea. A alguien se le ocurrió.
Por supuesto, una idea puede ser buena o mala y transformarse en su ejecución. Así una mala idea puede convertirse en un éxito si un equipo, o unas circunstancias propicias, la reforman y la mejoran. Igualmente, una buena idea puede ser un fracaso absoluto si quienes la llevan a la realidad no lo hacen de la forma correcta. Pero siempre, en ambos casos, la idea es el origen.
El otro día leía sobre ello en un interesante artículo escrito por Miguel Lorenzo, al que recomiendo seguir porque es un crack (en twitter) y publicado en pymesyautónomos.com, donde basándose en el concepto de competencia de Boyatzis reflexionaba sobre el valor de la idea y el valor de la empresa:
«La mayor parte de la gente sobrevaloran las ideas de negocio, que es lo que se ve a simple vista, lo más superficial. Es lo que sobresale y lo que, en muchos casos, sus propios promotores quieren ocultar para no ser copiados. Sin embargo lo que confiere al negocio su fortaleza, su estabilidad y su valor real es lo que no se ve, lo que está sumergido.»
Por supuesto, tiene razón. Las ideas no han de sobrevalorarse, y lo que confiere fortaleza y estabilidad a una empresa son los promotores, el equipo y las estrategias. Pero no por ello la idea deja de ser relevante, porque sin ella, sencillamente, no existiría empresa «sumergida». Haciendo uso del mismo símil, para que haya un iceberg, con su parte visible y su parte sumergible, debe haber previamente algo: agua y frío. Hay un origen sin el cual el resto no existe.
Cito a Miguel porque su publicación ha sido la que más recientemente he leído sobre el tema, y porque es alguien a quien aprecio y recomiendo seguir.
Pero sobre esto hay literatura y literatura.
Curiosamente, cuando se lee sobre ello en espacios de temática publicidad, «la idea» suele salir bien parada de la situación. De hecho, los creativos publicitarios -los creadores de ideas- son el bien más preciado de las empresas publicitarias. Sin embargo, cuando se lee en espacios o medios relacionados con el mundo empresarial, «la idea» pasa a ser algo residual, algo con menos importancia que un pisapapeles.
Tampoco se trata de sobrevalorarlas. Cierto. Pero entre sobrevalorarlas y ponerlas al nivel de un detrito, hay muchos grados de valor por el medio.
Decía un escritor -creo que italiano-:
Donde truena un hecho, ten la certeza de que ha relampagueado una idea
Quiero dejar bien claro que no estoy quitando el mérito a todo lo que ocurre a continuación de la idea; simplemente, que para que todo ocurra tiene que haber un origen.
Y tú, ¿qué idea tienes de este post? 😉